Tierra plana: Ptolomeo y el modelo geocéntrico #3

Ptolemy

Retrato de Ptolomeo  
Artista: Justus van Gent (Joos van Wassenhove) (1410-1480), Colección: Museo del Louvre, París, Francia

¿Quién fue Ptolomeo?

Claudio Ptolomeo fue un erudito griego que vivió en el siglo II d. C. Aunque la información sobre su vida es limitada, las fechas de las observaciones que registró en sus obras indican que su período más productivo se situó entre los años 127 y 141 d. C. Se desconocen sus fechas exactas de nacimiento y muerte, pero se suele suponer que nació alrededor del año 100 d. C. y murió alrededor del 170 d. C.

La mayoría de las observaciones astronómicas de Ptolomeo se llevaron a cabo en Alejandría, lo que sugiere que pasó gran parte de su vida en esta ciudad. Su nombre latino, Claudio, indica que tenía la ciudadanía romana, probablemente porque algún miembro de su familia la había obtenido durante el Imperio romano.

Además de astronomía, escribió obras sobre geografía, óptica, teoría musical y astrología. Entre sus escritos más notables se encuentran el Almagesto, Tetrabiblos, Geographia y Óptica. Estos textos tuvieron una profunda influencia en el pensamiento científico tanto en la Antigüedad como en la Edad Media. A menudo se considera a Ptolomeo menos como un teórico original que como un organizador sistemático e intérprete de conocimientos anteriores. En particular, se basó en los trabajos de astrónomos como Hiparco, perfeccionando sus modelos para convertirlos en sistemas que se ganaron un lugar duradero en la historia de la ciencia.

El modelo geocéntrico

El modelo geocéntrico (centrado en la Tierra) es un sistema cosmológico basado en la idea de que la Tierra se encuentra en el centro del universo, mientras que todos los demás cuerpos celestes giran a su alrededor. Las raíces de este concepto se remontan al pensamiento de la antigua Grecia. En el siglo VI a. C., los filósofos pitagóricos propusieron ideas sobre los movimientos circulares y ordenados de los cuerpos celestes, sugiriendo que el universo tenía una naturaleza estructurada y matemáticamente definible.

En el siglo IV a. C., Eudoxo intentó explicar los movimientos celestes mediante un modelo de esferas concéntricas. Según él, el movimiento de cada planeta podía describirse mediante un sistema de esferas giratorias. Sin embargo, el modelo resultó insuficiente en términos de precisión observacional.

Aristóteles (384-322 a. C.) dio más tarde una explicación física al marco geométrico de Eudoxo. Afirmó que la Tierra era inmóvil en el centro mismo del cosmos, mientras que los cuerpos celestes eran transportados por esferas transparentes que la rodeaban. En su opinión, los cielos eran «perfectos» y el movimiento circular era natural, mientras que la Tierra era el reino del cambio y la imperfección. Esta perspectiva fue influyente porque proporcionaba un marco tanto cosmológico como metafísico.

La forma más avanzada e influyente del modelo geocéntrico fue desarrollada por el astrónomo alejandrino Claudio Ptolomeo en el siglo II d. C. En su Almagesto, Ptolomeo introdujo conceptos como los excéntricos (círculos descentrados), los epiciclos (círculos dentro de círculos) y el punto equante (un punto de referencia de movimiento angular uniforme) para explicar los movimientos planetarios. Este sistema resultó mucho más preciso que sus predecesores a la hora de coincidir con las observaciones. El marco matemático de Ptolomeo siguió siendo la referencia dominante en astronomía durante unos 1400 años.

Tras el declive de la tradición científica de Alejandría, el sistema de Ptolomeo se conservó en Bizancio y más tarde en el mundo islámico. Durante la era abasí, en los siglos VIII y IX, el Almagesto se tradujo al árabe y se conoció como al-Majisti. Los astrónomos de este periodo estudiaron, perfeccionaron y, en ocasiones, reevaluaron críticamente el modelo.

En el mundo islámico, especialmente en regiones como Jorasán y Bagdad, floreció la investigación astronómica destinada a mejorar o corregir el modelo de Ptolomeo. Eruditos como Thabit ibn Qurra, los hermanos Banū Mūsā, al-Battānī e Ibn Yunus perfeccionaron las tablas planetarias mediante observaciones más precisas. Sin embargo, las críticas fundamentales al modelo siguieron siendo limitadas durante esta época.

Estructura del modelo de Ptolomeo

Según el modelo de Ptolomeo, el universo estaba centrado en una Tierra esférica e inmóvil. La Tierra no giraba ni se movía; todos los demás cuerpos celestes giraban a su alrededor. Estos cuerpos —la Luna, el Sol, los planetas y las estrellas— se movían en círculos perfectos alrededor de la Tierra. Sus trayectorias circulares se denominaban deferentes, las grandes órbitas alrededor de la Tierra. Un planeta no solo se movía a lo largo de su deferente, sino también en un círculo más pequeño, el epiciclo, unido a él. Este sistema se ideó para explicar fenómenos como el movimiento retrógrado, cuando los planetas parecen moverse hacia atrás en el cielo.

El centro del deferente no coincidía con el centro de la Tierra, sino que estaba ligeramente desplazado (excéntrico). El movimiento del planeta a lo largo del epiciclo se producía a una velocidad angular uniforme en relación con un punto especial llamado equante. Este ajuste permitía que el modelo se ajustara mejor a las observaciones, ya que los planetas parecían moverse a velocidades variables a través del cielo.

El sistema celeste se imaginaba como esferas transparentes y anidadas. Cada planeta era transportado por su propia esfera única. La esfera más externa de estrellas fijas abarcaba todo el universo, girando una vez al día alrededor de la Tierra y formando el límite cósmico.


Página siguiente
Página anterior

Kaynakça

  1. Ptolemy. Tetrabiblos. Translated by Frank Egleston Robbins. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1940.
  2. Ptolemy. Ptolemy’s Almagest. Translated by G. J. Toomer. Princeton, NJ: Princeton University Press, 1998.
  3. Evans, James. The History and Practice of Ancient Astronomy. New York: Oxford University Press, 1998.
  4. “Ptolemy.” In Dictionary of Scientific Biography, edited by Charles C. Gillispie, Vol. 11, 186–206. New York: Charles Scribner’s Sons, 1975.